sábado, 12 de julio de 2008

"EL CULTO A LA VIRGEN" I


La presencia actual de María en la liturgia católica ha quedado claramente definida fundamentalmente por dos documentos: por un lado por la Constitución promulgada por el Vaticano II sobre la Iglesia denominada “Lumen Gentium fechada el 21 de noviembre de 1964 que dedica su capítulo VIII a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia y por otro lado la Exhortación Apostólica "Marialis Cultus" para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen, dada por el papa Pablo VI en Roma el 2 de febrero de 1974. El papa Juan Pablo II también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica "Redemptoris Mater" de fecha 25 de marzo de 1987 y con las misas de la Virgen María que en número de 46 han completado esta presencia de María en la liturgia católica dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo lugar. Estas misas están especialmente dirigidas para la memoria sabatina y para los santuarios marianos de la Cristiandad.

La presencia del culto a la Virgen en la Iglesia católica se deja ver:
En el AÑO LITÚRGICO. La Virgen no tiene ni puede tener un ciclo propio dentro del año cristiano. La SC, documento para la reforma de la Sagrada Liturgia del Vaticano II nos dice en el apartado 103: "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la BIENAVENTURADA MADRE DE DIOS, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y contempla, como en la más purísima imagen, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser".

No obstante lo dicho hay un tiempo litúrgico en el cual la presencia de María es muy clara: en Adviento y Navidad. El Adviento es un tiempo especialmente mariano: se celebra la solemnidad de la Inmaculada el ocho de diciembre y ya en tiempos de Navidad la solemnidad de la María, Madre de Dios el uno de enero. La última semana del Adviento, en las ferias del diecisiete al veinticuatro de diciembre es toda una eclosión de María que se refleja en las lecturas y un momento especialmente apto para celebrar el culto a la Madre de Dios. La Cuaresma y el tiempo pascual tienen en la liturgia actual escaso color mariano. Sin embargo, en Semana Santa la presencia de la Virgen al pie de la cruz se hace patente (he ahí a tu hijo... he ahí a tu madre), así como en Pentecostés cuando los Apóstoles, presididos por la Virgen, reciben el Espíritu.

En CADA DÍA se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística, que es el centro de la celebración, en algunos de los numerosos prefacios marianos establecidos para las fiestas de la Virgen, en las intercesiones cuando la Iglesia hace memoria de los Santos y en el embolismo tras el Padre Nuestro (si se dice “Líbranos, Señor, de todos los males...y por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen Maria...). También se la recuerda en el Credo cuando lo hay ("y nació de santa María Virgen") y en el acto penitencial (si se escoge la fórmula del Yo confieso en la frase "por eso ruego a santa María, siempre Virgen"). La Liturgia de las Horas también recuerda diariamente a la Madre de Dios, concluyendo el Oficio de Completas, último del día, siempre con una antífona mariana de las que existen cinco formularios: Salve Regina; Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo nos acogemos); Alma Redemptoris Mater (Madre del Redentor) en Adviento y Navidad; Regina caeli, laetare, alleluia (Reina del cielo, alégrate) en tiempo pascual y Ave Regina caelorum (Salve, Reina de los Cielos) en Cuaresma, antífonas cuyos textos figuran al final del libro. Un lugar ciertamente privilegiado en esta liturgia de las Horas concluir cada día con el recuerdo a María.

En CADA SEMANA en la memoria libre "antigua y discreta" de Santa María en Sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas de santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen (en las liturgias orientales es el miércoles). El fundamento de tal elección hay que buscarlo en la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece muerto, es el día en que la Fe y la Esperanza de la Iglesia estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. Tiene este día sus propias misas votivas en número de siete.

Tradicionalmente el pueblo cristiano ha tenido en el mes de mayo un recuerdo especialmente ligado a la memoria de María, nacido de elementos de la piedad popular. Al coincidir con el tiempo pascual hay que saber conjugar la presencia de María con la de Cristo, ya que María es en definitiva el fruto más espléndido de la Pascua que nos trae Jesús. Pero especialmente se la recuerda en sus celebraciones propias que son:

* tres solemnidades (María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción)
* dos fiestas (Natividad y Visitación)
* ocho memorias (Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, santa María Virgen Reina y la Presentación de Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora del Carmen y Nuestra Señora de la Merced como memorias libres). Como creencias marianas la Iglesia ha proclamado cuatro dogmas que hacen referencia a María como siempre Virgen (antes, durante y después del parto), a María como Madre de Dios, a su Inmaculada Concepción y a su gloriosa Asunción a los cielos en cuerpo y alma.

A estas festividades habrá que sumarles las propias de cada nación, pueblo o comunidad religiosa. El color litúrgico propio de las fiestas marianas es el blanco y por especial privilegio de la Santa Sede, en España e Hispanoamérica puede usarse el azul en la Inmaculada y en la fiesta de la Medalla Milagrosa, así como la Orden franciscana.

En lo que respecta a los signos de reverencia que se tributan a la Virgen habría que decir que la incensación a las imágenes marianas consiste en dos golpes dobles de incensario. La inclinación de cabeza (reverencia simple) es lo más apropiado ante sus imágenes. Recordamos que la genuflexión está reservada a Jesús sacramentado y a la adoración de la Cruz el Viernes Santo. La Virgen no es persona divina por lo que los signos de adoración son exclusivos para Dios.

En cualquier caso es fundamental siempre tener en cuenta que el único culto que la Iglesia tributa a Dios es el culto cristiano queriéndose decir con esto que el culto a la Virgen y el debido a los Santos está siempre supeditado y en subordinación al culto que se tributa a Cristo que es su punto necesario e imprescindible de referencia. Sin el culto a Cristo lo demás no tiene sentido. Los cristianos adoramos a un solo Dios, un solo Señor y reconocemos un solo bautismo.


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